Cuando se ríe te recuerda inmediatamente a Jackie Chan en pleno ataque de úlcera. Cuando está serio, no sabrías diferenciar su cara de sus rodillas. Cada mueca suya es la confirmación de un nuevo ataque de hemorroides. Su rostro es crustáceo, como si le hubiesen cambiado las mandíbulas por los tiradores de un féretro. El libro más gordo que ha leído es su factura de teléfono y su libro de cabecera es el prospecto de los Tranxiliums.
Tiene el sex-appeal de un submarino averiado. En vez de imaginarte su desnudo te imaginas su autopsia. Si le ves guapo es que estás mirando al chico de la mesa de al lado, porque lo más erótico que tiene es su mesilla de noche. Su vida interior termina en sus calzoncillos, dos tallas más pequeño que la cúpula de la catedral de San Pedro. Hay veces que parece que lleva dos meses muerto: y es que, cuando habla, tiene la misma gracia que un paso de cebra sin pintar.
Su primer disgusto serio lo tuvo cuando descubrió que los dibujos animados no eran de carne y hueso. Todavía le dura...
Se hizo vegetariano porque era incapaz de encontrar un chuletón de ternera de Emporio Armani. Sin embargo, la única joya que suele adornar sus manos es un vaso de gintonic.
A su edad (cuarenta) sólo le quedan diez años para cumplir los sesenta.
Su cerebro recuerda a los escaparates de las tiendas de ropa para nudistas. Hasta una caja de baberos es más responsable que él.
Su boca es un abrelatas y dice quien lo ha probado que, si te besa, tienes la sensación de estar limpiándote los dientes con la llanta desgastada de una motocicleta vieja. Del amor sólo le interesa el sueldo de su futuro suegro.
Todo lo que cocina está para chuparse los dedos... de los pies... de otro... para quitarse el mal sabor de boca.
Sabe tanto de matemáticas que, para él, 2 + 2 es una marca de ropa.
Le gustan tanto las mujeres casadas que tiene pensado poner un negocio de regalos de boda. Para pillarlas desde el principio.
Su conversación es, cómo te diría yo, como los restos de comida de una barbacoa en el campo.
En una ocasión le hicieron una radiografía del cerebro: salió una espumadera.
(Continuará…)
Tiene el sex-appeal de un submarino averiado. En vez de imaginarte su desnudo te imaginas su autopsia. Si le ves guapo es que estás mirando al chico de la mesa de al lado, porque lo más erótico que tiene es su mesilla de noche. Su vida interior termina en sus calzoncillos, dos tallas más pequeño que la cúpula de la catedral de San Pedro. Hay veces que parece que lleva dos meses muerto: y es que, cuando habla, tiene la misma gracia que un paso de cebra sin pintar.
Su primer disgusto serio lo tuvo cuando descubrió que los dibujos animados no eran de carne y hueso. Todavía le dura...
Se hizo vegetariano porque era incapaz de encontrar un chuletón de ternera de Emporio Armani. Sin embargo, la única joya que suele adornar sus manos es un vaso de gintonic.
A su edad (cuarenta) sólo le quedan diez años para cumplir los sesenta.
Su cerebro recuerda a los escaparates de las tiendas de ropa para nudistas. Hasta una caja de baberos es más responsable que él.
Su boca es un abrelatas y dice quien lo ha probado que, si te besa, tienes la sensación de estar limpiándote los dientes con la llanta desgastada de una motocicleta vieja. Del amor sólo le interesa el sueldo de su futuro suegro.
Todo lo que cocina está para chuparse los dedos... de los pies... de otro... para quitarse el mal sabor de boca.
Sabe tanto de matemáticas que, para él, 2 + 2 es una marca de ropa.
Le gustan tanto las mujeres casadas que tiene pensado poner un negocio de regalos de boda. Para pillarlas desde el principio.
Su conversación es, cómo te diría yo, como los restos de comida de una barbacoa en el campo.
En una ocasión le hicieron una radiografía del cerebro: salió una espumadera.
(Continuará…)