Imaginen un país en el que los diferentes pueblos que lo conforman pelean continuamente unos contra otros; un país en el que sólo se lucha por el poder, por el dominio; un país en el que los jóvenes no quieren trabajar ni hacer nada, ni siquiera escuchan los consejos de los abuelos…
Seguro que a la gran mayoría se les ha venido a la cabeza el Telediario de esta misma tarde y el último capítulo del programa Generación Ni-Ni…
Bueno, pues han acertado a medias… Ese país es España, cierto, pero la España del siglo IV antes de Cristo, la Iberia en la que se mueve la última novela de Juan Eslava Galán (Arjona, Jaén, 1948), “Rey Lobo”.
Ay, la vieja Iberia… Sólo diferente de la actual en que entonces era más difícil que te perdieran las maletas…
Un tema que conoce bien Eslava Galán (el de la vieja Iberia, me refiero, aunque sospecho que el de las maletas también). No en vano, ya publicó hace seis años “Los íberos, los españoles como fuimos”, un ensayo en el recreaba la vida y costumbres de los pueblos que habitaban el sur de la península. Y es precisamente esa minuciosa, a la vez que amena, recreación uno de los aspectos que más destaca de la novela.
En el país de los conejos, como nos conocían por aquel entonces en medio mundo (el otro medio estaba aún pendiente de descubrir), Zumel es un guerrero que, a las órdenes de Cotrufes, se alista como mercenario persa para luchar contra los griegos. Años más tarde, con más heridas que riquezas, deciden regresar. Justo antes de partir, Cotrufes es asesinado. Zumel, entonces, sabe que debe atender a la “devotio”, un código de honor por el cual todo guerrero tiene el deber de combatir con su patrón y de suicidarse ritualmente si este moría en batalla. Sin embargo, se ve obligado a regresar a su poblado, donde vive la mujer que ama y gobierna su amigo de la infancia Trujillo, aquel hijo de poderosos al que en su día cedió el honor de presentarse en el pueblo como autor de la muerte del lobo negro, el “Rey Lobo”, ritual a través del cual los jóvenes alcanzaban la edad adulta.
Ambas circunstancias condicionarán el destino de Zumel, un destino marcado por sucesivos viajes, tanto literales como interiores, y en los que se entremezclan el deseo de vengar a su patrón y el anhelo de vivir en libertad.
El amor y el honor, la venganza y la muerte, las costumbres y las creencias conforman el hilo argumental de un relato que sólo describiríamos a medias si lo enmarcamos en el tradicional género de aventuras o hazañas épicas. Más allá del puro entretenimiento, que lo es, la novela se fundamenta en los exhaustivos conocimientos que maneja con maestría el autor sobre las instituciones y la vida cotidiana de una época de nuestra historia tan apasionante como injustamente desconocida.
Veinte años dice el autor que ha necesitado para recopilar tan completa documentación. Una labor ardua facilitada, si cabe, por el fondo documental existente sobre el yacimiento arqueológico de Puente Tablas, a seis kilómetros de Jaén capital, muy cercano a la Arjona natal del autor y donde está ubicado el Centro Andaluz de Arqueología Ibérica.
La lectura de esta novela puede ser una magnífica excusa para viajar a Jaén a conocer in situ los paisajes del “Rey Lobo” y ver que en esa provincia hay vida más allá de los recurrentes “aceituneros altivos”. Con la ventaja añadida de que puede llegar en tren o autobús y así es más difícil que le pierdan las maletas.
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