El pasado miércoles, como ya adelanté en su día, me estrené con una
reseña en la revista literaria Estado Crítico. Hablaba del libro de relatos “Fantasía
lumpen” de Javier Sáez de Ibarra.
Podéis leer la reseña pinchando aquí.
Y a continuación os dejo la entrevista que le hice al autor sobre dicho
libro:
Javier
Sáez de Ibarra: «Si esperamos a que se hunda el capitalismo para tomarnos una
cerveza, seguro que se nos calienta»
Es difícil que te
caiga mal alguien con quien, minuto y medio después de conocerlo, ya estás
hablando de puros y patxaranes. Es lo que tiene que el autor y un servidor sean
medio paisanos de una tierra que comienza la celebración de sus fiestas mayores
con un muñeco que se convierte en humano. “Como Pinocho”, exclama Encarni,
editora de Páginas de Espuma junto con Juan Casamayor. No es lo mismo, pero la
comparación sirve para que la entrevista se demore más tiempo de lo previsto, a
pesar de la insolente puntualidad de los trenes que regresan a Madrid desde
Sevilla.
—Colegas de piso,
parejas, padres e hijos, amigos… Todos en situaciones de precariedad laboral,
de fracaso. Y en todos los cuentos sobrevuela la honestidad, el cariño, la
solidaridad. Por su parte, el autor también imprime a cada una de las historias
del libro una cuidada dosis de humor. ¿Son el amor y el humor los salvavidas a
los que aferrarnos en esos tiempos convulsos que provoca la crisis?
—Como mínimo, en un
ochenta por ciento, sí. El amor nos salva siempre. Hace falta la lucha social
para la mejora de esas condiciones, claro, porque si tienes un contrato
precario o un sueldo con el que ni siquiera puedes vivir, al final el amor se
resiente y el humor se convierte en mal humor. Por eso digo que no nos salva
del todo. No me convence la idea del nido de amor como refugio de ese mundo
horrible, no. Pero tampoco somos Superman y no creo que uno pueda estar
luchando permanentemente. Incluso diría más: creo que el amor forma parte de la
lucha.
—Un capítulo del
libro, “La gran huelga”, está escrito a modo de diálogo entre varios compañeros
y con frases muy cortas, como si fuera una conversación de Whatsapp o de
mensajes de Twitter. Algunas de esas frases, permítame la licencia, funcionan
de manera independiente como aforismos y a mí me han servido para convertirlas
en preguntas.
Por ejemplo: ¿”El que
hace huelga siempre tiene razón”?
—Sí, siempre.
—También afirma:
«El odio es lo más importante. El odio lúcido, no el personal». ¿Cuál es la
diferencia?
—Por odio personal
entiendo el enfado con alguien que me cae mal o me ha hecho una faena, porque
no le puedo perdonar. En cualquier caso, creo que hay que superarlo. Y cuando
hablo del odio lúcido… La palabra “odio” es muy fuerte, pero a lo que me
refiero es a no olvidar las injusticias. No tanto que yo odie al señor que se
aprovecha de los trabajadores o los explota, sino que no me puedo olvidar de lo
que pasa. De ahí la lucidez: la conciencia de un mal más que un sentimiento
destructor.
—«La huelga es el
tiempo que nos quitamos para brindárselo al futuro».
—(Sonríe) No lo había
pensado, pero ahora que lo has leído sí que funciona como un aforismo… La
huelga, claro, es el último recurso. Yo he hecho muchas huelgas, como profesor
de instituto, y hay compañeros que no pero que luego se quejan de la ley tal,
se quejan del futuro pero no se mueven. Piensan que la huelga no vale para nada
más que para perder dinero. Bueno, sirve también para dar ejemplo de honestidad
moral, incluso a los alumnos. En ese sentido, es una apuesta de futuro como
forma de reivindicar que no nos rendimos.
—«Todo el que hace
huelga tiene razón. Siempre. Pero la razón no mueve el mundo. Sino lo
contrario». ¿Es esto una crítica a la razón pura, señor Kant?...
—Weber habla
de la razón que mueve el mundo, que es una razón económica. La racionalidad al
servicio de la economía. Si yo trabajo pero no gano lo suficiente para vivir,
eso no es razonable. Si tenemos un servicio productivo que provoca el
calentamiento del planeta, eso no es razonable. Si yo antes me podía bañar en
un río y ahora no porque está contaminado, eso no es razonable. Es lo contrario
de la razón: la irracionalidad.
—Y al final de ese
intercambio de diálogos en el relato, concluye usted: «Y luego, irse a tomar
una cerveza»…
—Claro. Si esperamos
a que se hunda el capitalismo para tomarnos una cerveza, seguro que se nos
calienta. Habremos perdido la vida. Sabemos que nuestra resistencia y nuestra
capacidad de lucha son limitadas. Esto puede sonar derrotista, pero creo que es
sensato. Por eso no debemos abandonar ni a los amigos ni la lucha.
—El libro cierra
con una tercera parte, un capítulo único titulado “Cuento capitalismo”. ¿Es el
capitalismo el gran cuento chino que nos han contado?
—Obviamente, sí. Lo
que pasa es que es un cuento muy bien contado y muy bien impuesto. Cuando la
gente pronuncia la famosa frase “Esto es lo que hay”, eso es un cuento. Lo que
hay son muchas más cosas. Hay que superar el cuento para ver lo que de engaño hay
ahí. Por eso este cuento está puesto en el libro en último lugar. Es la teoría
que enmarca la realidad y que permite situarla y comprenderla. No se trata sólo
de quejarse, sino de averiguar el por qué, la lógica que hay detrás de la
protesta.
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