08 septiembre 2017

Fantasía lumpen



El pasado miércoles, como ya adelanté en su día, me estrené con una reseña en la revista literaria Estado Crítico. Hablaba del libro de relatos “Fantasía lumpen” de Javier Sáez de Ibarra.
Podéis leer la reseña pinchando aquí.
Y a continuación os dejo la entrevista que le hice al autor sobre dicho libro:
Javier Sáez de Ibarra: «Si esperamos a que se hunda el capitalismo para tomarnos una cerveza, seguro que se nos calienta»
Es difícil que te caiga mal alguien con quien, minuto y medio después de conocerlo, ya estás hablando de puros y patxaranes. Es lo que tiene que el autor y un servidor sean medio paisanos de una tierra que comienza la celebración de sus fiestas mayores con un muñeco que se convierte en humano. “Como Pinocho”, exclama Encarni, editora de Páginas de Espuma junto con Juan Casamayor. No es lo mismo, pero la comparación sirve para que la entrevista se demore más tiempo de lo previsto, a pesar de la insolente puntualidad de los trenes que regresan a Madrid desde Sevilla.
Colegas de piso, parejas, padres e hijos, amigos… Todos en situaciones de precariedad laboral, de fracaso. Y en todos los cuentos sobrevuela la honestidad, el cariño, la solidaridad. Por su parte, el autor también imprime a cada una de las historias del libro una cuidada dosis de humor. ¿Son el amor y el humor los salvavidas a los que aferrarnos en esos tiempos convulsos que provoca la crisis?
—Como mínimo, en un ochenta por ciento, sí. El amor nos salva siempre. Hace falta la lucha social para la mejora de esas condiciones, claro, porque si tienes un contrato precario o un sueldo con el que ni siquiera puedes vivir, al final el amor se resiente y el humor se convierte en mal humor. Por eso digo que no nos salva del todo. No me convence la idea del nido de amor como refugio de ese mundo horrible, no. Pero tampoco somos Superman y no creo que uno pueda estar luchando permanentemente. Incluso diría más: creo que el amor forma parte de la lucha.
Un capítulo del libro, “La gran huelga”, está escrito a modo de diálogo entre varios compañeros y con frases muy cortas, como si fuera una conversación de Whatsapp o de mensajes de Twitter. Algunas de esas frases, permítame la licencia, funcionan de manera independiente como aforismos y a mí me han servido para convertirlas en preguntas.
Por ejemplo: ¿”El que hace huelga siempre tiene razón”?
—Sí, siempre.
También afirma: «El odio es lo más importante. El odio lúcido, no el personal». ¿Cuál es la diferencia?
—Por odio personal entiendo el enfado con alguien que me cae mal o me ha hecho una faena, porque no le puedo perdonar. En cualquier caso, creo que hay que superarlo. Y cuando hablo del odio lúcido… La palabra “odio” es muy fuerte, pero a lo que me refiero es a no olvidar las injusticias. No tanto que yo odie al señor que se aprovecha de los trabajadores o los explota, sino que no me puedo olvidar de lo que pasa. De ahí la lucidez: la conciencia de un mal más que un sentimiento destructor.

—«La huelga es el tiempo que nos quitamos para brindárselo al futuro».
—(Sonríe) No lo había pensado, pero ahora que lo has leído sí que funciona como un aforismo… La huelga, claro, es el último recurso. Yo he hecho muchas huelgas, como profesor de instituto, y hay compañeros que no pero que luego se quejan de la ley tal, se quejan del futuro pero no se mueven. Piensan que la huelga no vale para nada más que para perder dinero. Bueno, sirve también para dar ejemplo de honestidad moral, incluso a los alumnos. En ese sentido, es una apuesta de futuro como forma de reivindicar que no nos rendimos.

—«Todo el que hace huelga tiene razón. Siempre. Pero la razón no mueve el mundo. Sino lo contrario». ¿Es esto una crítica a la razón pura, señor Kant?...
Weber habla de la razón que mueve el mundo, que es una razón económica. La racionalidad al servicio de la economía. Si yo trabajo pero no gano lo suficiente para vivir, eso no es razonable. Si tenemos un servicio productivo que provoca el calentamiento del planeta, eso no es razonable. Si yo antes me podía bañar en un río y ahora no porque está contaminado, eso no es razonable. Es lo contrario de la razón: la irracionalidad.
 Y al final de ese intercambio de diálogos en el relato, concluye usted: «Y luego, irse a tomar una cerveza»…
—Claro. Si esperamos a que se hunda el capitalismo para tomarnos una cerveza, seguro que se nos calienta. Habremos perdido la vida. Sabemos que nuestra resistencia y nuestra capacidad de lucha son limitadas. Esto puede sonar derrotista, pero creo que es sensato. Por eso no debemos abandonar ni a los amigos ni la lucha.

El libro cierra con una tercera parte, un capítulo único titulado “Cuento capitalismo”. ¿Es el capitalismo el gran cuento chino que nos han contado?
—Obviamente, sí. Lo que pasa es que es un cuento muy bien contado y muy bien impuesto. Cuando la gente pronuncia la famosa frase “Esto es lo que hay”, eso es un cuento. Lo que hay son muchas más cosas. Hay que superar el cuento para ver lo que de engaño hay ahí. Por eso este cuento está puesto en el libro en último lugar. Es la teoría que enmarca la realidad y que permite situarla y comprenderla. No se trata sólo de quejarse, sino de averiguar el por qué, la lógica que hay detrás de la protesta.


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