La esposa del
prestigioso psicólogo Guillermo K reconoció ayer públicamente que la consulta
de su marido lleva cerrada más de dos semanas a causa de la profunda depresión
que éste padece.
Según declaró, su
marido no levanta cabeza desde el día en que aparecieron unas misteriosas
manchas en las paredes de su salón. Al principio pensaron que se trataba de
simples humedades. Más tarde, culparon al albañil que les hizo la reforma del
piso por su escaso conocimiento a la hora de aplicar el gotelé. Y finalmente,
entre lágrimas, el doctor Guillermo K le reconoció a su esposa que lo que había
aparecido en su pared no eran simples manchas, sino toda la colección de
sombras del Test de Rorschach.
El doctor, ferviente
y convencido seguidor de la escuela conductista hasta el punto de bautizar a su
mascota con el nombre de Pavlov, se habría quedado sumido en un estado de
absoluta e irreversible perplejidad. Así lo confesó su mujer en el programa de
televisión dedicado a fenómenos paranormales “Pienso de que, luego existo
porque tiene que haber de todo”.
Ella, en cambio, no
le veía más que aspectos positivos. “A partir de ahora”, decía, “nuestra casa
se convertirá en obligado lugar de peregrinaje de psicoanalistas de todo el
mundo y podremos sacarnos un dinero extra vendiendo gafas de pasta y chaquetas
de punto”.
La señora K también
baraja la posibilidad de ampliar el público objetivo del nuevo negocio y
organizar concursos de deletreo de la palabra “Rorschach” para escolares.
Mientras tanto, el
doctor se pasa las horas muertas mirando al vacío sentado en su sillón de
espaldas a las manchas de la pared. Sólo cuando Pavlov le lame la mano,
reacciona y le da un terrón de azúcar.
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