Hacía tiempo que
teñirse las canas había dejado de ser una de esas anotaciones obligadas en su
agenda mensual. Le gustaba su melena blanca y dedicaba el dinero ahorrado en
tintes a comprar libros. El último de ellos: una edición de bolsillo de “El
Aleph” de Borges.
Con todo el día libre
por delante, decidió acercarse al parque del Retiro a disfrutar de su nueva
lectura. Eligió una mesa en una terraza junto al estanque, pidió una cerveza y
abrió su libro por el primero de los cuentos.
No había llegado
siquiera a la página 15 cuando notó a su lado la presencia de un hombre
trajeado y con maletín. Se presentó como abogado y, de manera muy educada, le
comunicó que tenía órdenes de denunciarla. “Le acuso de plagio”, le dijo.
“¿Plagio?”, preguntó ella entre extrañada y temerosa de lo que pudiera hacerle
aquel loco…
Efectivamente, según
le explicó el abogado, aquella mujer, con su melena blanca y el libro de Borges
entre las manos, estaba plagiando a su clienta María Kodama. Y ésta era muy
mirada para esas cosas.
“Sólo le queda una
opción para no ser denunciada”, añadió el abogado. “Cambie el libro de Borges
por una lata de tomate de la marca Campbell’s. De esta manera, en vez de a
María Kodama estará usted plagiando a Andy Warhol, pero ese no es cliente mío”…
6 comentarios:
Fantástico, siempre hay un roto para un descosido...A qué llegamos en este mundo de oferta y demanda; cualquier actitud en la vida o bien es traducción o plagio pelágico; qué cosas pasan
Buen bermes como lombriz y finde :))´
Igualmente. ¡Salud! ;-)
Desde Altamira todo es copiar...Saludos.
El plagio es necesario. Está implícito en el progreso.
Saludos.
¿Y quién al plagio, al ser pillado, lo llama homenaje?... ;-)
Lucía Etxebarría
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