Cada vez que se acerca
el 14 de febrero me acuerdo de lo que le sucedió al vecino del cuarto derecha. Bueno,
al antiguo vecino del cuarto derecha…:
El buen hombre pensó que
no era mal precio. Trescientos euros por contratar los servicios de aquella
prostituta durante dos horas para llevarla a cenar entraba dentro de su
presupuesto. De esta forma podría cumplir a rajatabla su promesa de que de ese
año no pasaba: celebraría, por fin acompañado, el día de San Valentín. Y a los
ojos de todo el mundo parecería un hombre felizmente enamorado. Y, al día
siguiente, podría contar en su oficina la misma historia llena de detalles de
amor y lujo que, durante años, había tenido que soportar en boca de sus
compañeros de trabajo.
Eligió con esmero en las
páginas amarillas un restaurante que le asegurara un ambiente cálido, velas y
música de violines. La prostituta, una guapa joven de veinte años con necesidad
de pagarse los estudios de enfermería, cumplió con creces su papel y acudió a
la cita vestida con un elegante vestido negro muy escotado que, por supuesto,
él le había regalado esa misma tarde.
Durante la cena, el
guión preestablecido y acordado cambió de rumbo. Fue después del segundo plato.
Una de las camareras se acercó a su mesa para ofrecerles la carta de postres.
El calambre entró por los ojos y bajó por toda la espina dorsal de mi vecino.
Fue un flechazo. “Creo que me he enamorado de esa mujer”, le confesó sincero a
su acompañante.
Ella, fiel a su papel de
“novia-celebrando-el-día-de-San-Valentín-con-su-prometido”, no dudó un instante
en asir con fuerza el cuchillo… y usarlo. Aun a sabiendas de que ya no cobraría
por aquel trabajo.
2 comentarios:
Madre mía, aquí te pillo aquí te mato, literalmente...
En latín, coitus interruptus por la vía rápida :-)
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