Hacía tiempo que teñirse las canas había dejado de
ser una de esas anotaciones obligadas en su agenda mensual. Le gustaba su
melena blanca y dedicaba el dinero ahorrado en tintes a comprar libros. El último
de ellos: una edición de bolsillo de “El Aleph” de Borges.
Con todo el día libre por delante, decidió
acercarse al parque del Retiro a disfrutar de su nueva lectura. Eligió una mesa
en una terraza junto al estanque, pidió una cerveza y abrió su libro por el
primero de los cuentos.
No había llegado siquiera a la página 15 cuando
notó a su lado la presencia de un hombre trajeado y con maletín. Se presentó
como abogado y, de manera muy educada, le comunicó que tenía órdenes de
denunciarla. “Le acuso de plagio”, le dijo. “¿Plagio?”, preguntó ella entre
extrañada y temerosa de lo que pudiera hacerle aquel loco…
Efectivamente, según le explicó el abogado, aquella
mujer, con su melena blanca y el libro de Borges entre las manos, estaba
plagiando a su clienta María Kodama. Y ésta era muy mirada para esas cosas.
“Sólo le queda una opción para no ser denunciada”,
añadió el abogado. “Cambie el libro de Borges por una lata de tomate de la
marca Campbell’s. De esta manera, en vez de a María Kodama estará usted plagiando
a Andy Warhol, pero ese no es cliente mío”…
1 comentario:
Y Kafka, ¿qué dijo?
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