Qué bien, ya tengo mi propio blog. Lo que son las cosas… Las ventajas de la revolución digital, dicen… No sé… Antes te dedicabas a escribir tus ocurrencias en un bloc y ahora lo haces en un blog, que es lo mismo pero suena como un cuaderno arrugado… Bloggg… Antes tenías, bueno, un amigo tuyo de Móstoles tenía una muñeca hinchable y ahora es un enfermo del cibersexo. Y lo que es peor: su mujer se ha juntado con dos amigas, también de Móstoles, y lo van pregonando por todos los escenarios del mundo…
Y dicen que no tiene más que ventajas... No sé… Al principio, la revolución digital consistió básicamente en cortarse las uñas de los dedos de los pies. Es lo más, decían… A la gente le empezaban a entrar los pies en los zapatos y a punto estuvo de desaparecer el negocio de las chanclas. Tal es así que ahora te pones, bueno, ves a un tipo con chanclas y, automáticamente, dices mira, un hortera. Y si, para más inri, tiene las uñas largas, mira, un inglés de vacaciones.
De lo que no hay duda es de que ahora esto de la revolución digital nos tiene a todos enganchados. O sea, como en los años 70 pero sin llevar los cuellos de las camisas del tamaño de un toldo. En aquella época, con el LSD hacías unos viajes alucinantes. Ahora navegamos. Con el ADSL, claro. Entonces pillabas, bueno, un amigo tuyo pillaba una enfermedad venérea, y el virus se propagaba más rápido que un cotilleo de la plantilla del Real Madrid (es que éste sólo utiliza el boca a boca). Ahora crean un nuevo virus informático en un piso de estudiantes en Tokio y, al cuarto de hora, ya se te ha infectado tu ordenador. Yo, como soy muy aprensivo para estas cosas, tomo mis precauciones y sólo toco el teclado con preservativos en los dedos. Eduardo Manoscondones, me llaman.
En fin, que entre el bloc y el blog la única diferencia que yo encuentro es la G. Y hablando de la G y de la revolución digital, si alguno tiene alguna pista sobre cómo localizar el punto G, que se lo diga a mi amigo de Móstoles, que lo está buscando…