25 enero 2019

#BEERNES 96 – EL TELÉFONO


Cada vez que sonaba el teléfono en casa, imaginaba que era un personaje creado por Paul Auster y que al otro lado del aparato iba a sonar la voz de alguien que se había equivocado de número, lo que me permitiría iniciar una nueva aventura llena de emociones como en sus novelas.

La realidad es más inhóspita que la ficción y ya sólo llaman a casa operadores de compañías telefónicas queriendo sonsacarme información para poder ofrecerme una oferta que no podré rechazar.

Desde hace tiempo he decidido dar la misma respuesta: “Yo es que no tengo teléfono”. Tras unos segundos de incertidumbre subrayados por el silencio, desde el otro lado optan por repetirme la oferta, dando por no escuchado mi comentario. “Insisto, que no tengo teléfono, que me has llamado directamente al cerebro”. Y acabo preguntando “¿Tenéis ofertas en telepatía?...”

He colgado el teléfono y en mi cerebro ha sonado una oferta en telepatía que, efectivamente, no he podido rechazar. Pasaré el resto de la tarde leyendo no a Paul Auster, sino a Philip K. Dick.

18 enero 2019

#BEERNES 95 – FRONTERAS DE LO IMPOSIBLE


En el parque de María Luisa empieza a hacer frío. Dejo el banco donde estaba leyendo mi libro, “Fronteras de lo imposible”, de Iker Jiménez, cruzo la Plaza de España y cojo el metro en la parada del Prado de San Sebastián. Continúo la lectura:

“Quizás el fenómeno más inquietante, la transmigración de almas se ha venido produciendo desde tiempo inmemorial, no habiéndose encontrado aún explicación al respecto”.

Me bajo en la parada El Perchel. Camino hacia el puerto. Me pido una copa. Termino el libro. Y tengo la sensación de que ahora no sé cómo volver a casa…

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N. del A.: “Prado de San Sebastián” es una parada del metro de Sevilla. “El Perchel” es una parada del metro de Málaga.


11 enero 2019

#BEERNES 94 – ESPEJO


Al final del largo pasillo hay un espejo. A pesar de la tenue luz, uno puede verse reflejado desde este extremo. De hecho, yo me estoy viendo allí, al fondo, acercándome el móvil a la oreja. Pero mi móvil está en el bolsillo del pantalón. Estoy seguro. Tan seguro como que ahora mismo está sonando. Dentro del bolsillo. Me sigo acercando al espejo y a mi imagen reflejada mientras dudo si contestar...

04 enero 2019

#BEERNES - Microrrelatos sobre Los Reyes Magos

 

En aquellos inviernos, a mi casa llegaba un saco de carbón todas las semanas. Yo seguía portándome mal, para que no se apagara la estufa.

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Cuando Melchor y Gaspar descubrieron que Baltasar tan sólo llevaba en su cofre un poco de mirra, pronunciaron resignados la que, con el tiempo, se convertiría en una célebre frase: “The show must go on (el espectáculo debe continuar)”.

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Cuando terminaron de recoger las cajas y los papeles de regalo y depositarlos en el contenedor, descubrieron que les faltaba un hijo.

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Los regalos los reparten los Reyes Magos, pero los carga el diablo. Y cuando abres el paquete y descubres que es un pluma estilográfica, sabes que, a partir de ese momento, todo va a ir mal.

Tú, que siempre has escrito tus cuentos pulsando teclas en el ordenador, buscas por toda la casa unos folios en blanco o un cuaderno con los que poder utilizar tu nueva pluma. Empiezas a escribir y a trabajar en tu última idea para un relato. Y ya en la tercera frase, o en el segundo párrafo lo más tardar, el personaje principal se te desmanda. No obedece a tu argumento y trata de interpretar la historia a su manera. El protagonista de carácter afable y conciliador se ha vuelto, de repente, un huraño y un soberbio. Por mucho que tú quieras enderezar su rumbo enfrentándole a situaciones en las que sólo puede reaccionar de la manera que tú tienes pensada, él le da la vuelta, rebusca en las lagunas de tu argumentación y se escapa por entre  los huecos que dejan en blanco las líneas que escribes.

Es culpa de la pluma: si no estás acostumbrado a usarla, los personajes lo notan y se aprovechan de tu debilidad tomando las riendas de la línea argumental y campando a sus anchas por esos paisajes nevados que son los folios en blanco. El gesto autoritario, casi dictatorial, del dedo sobre las piezas del teclado imponiendo el pulso narrativo se torna en fragilidad e incertidumbre cuando deslizas la punta de la pluma sobre el papel, temeroso de quebrarla. Igual que los animales ven tu miedo reflejado en tus ojos, así los personajes de los cuentos sienten tu inseguridad en tu mano.


He sido incapaz de terminar no ya un cuento, sino un simple microrrelato con la pluma estilográfica. La he devuelto a su elegante caja y la he colocado en una estantería lejos de la mesa en la que trabajo. De vez en cuando, mientras tecleo, la miro de reojo y le doy gracias a la tecnología por lo sumisos y bienintencionados que me salen los personajes en la pantalla del ordenador.