Mi cuñado salió el viernes de la cárcel y es un hombre nuevo.
(La primera afirmación es mía. La segunda, suya)
“Cuñao, ahí dentro he visto la luz”, me dice.
“Claro, aquí fuera de eso no hay…”, le contesto.
“Me refiero”, insiste, “a que ahí dentro he conocido gente maravillosa que me ha hecho comprender lo injusta que es la vida aquí en libertad”.
“¿Quieres volver?”, pregunto esperanzado…
Y me contesta que no, que no es eso, pero que si le invito a una cerveza me lo cuenta.
“Te invito a dos si no me lo cuentas”, respondo.
“Vale”.
Al final, le tengo que invitar a cinco… Y me lo cuenta…
El caso es que, siempre según sus propias palabras, en la cárcel ha conocido a un montón de gente muy valiosa. “Cualquiera de ellas podría llegar a ser presidente del Gobierno”, asegura.
(Mientras tanto yo pienso que, si llega a quedarse una temporadita más, lo mismo conoce a gente que ya ha sido alcalde o presidente de una comunidad autónoma…)
Su intención, una vez fuera, es crear “una oenegé” que se llame “Presos sin Fronteras” y que se dedique a mandar a los presos a dar charlas formativas “a los centros de poder: los bancos, las cajas de ahorro, el congreso de los señores diputados, el senado de los señores…, bueno, al senado ese; y a los cárteles de la droga”.
Y sigue: “Que les abran los ojos, que les expliquen la verdad de la vida, lo que sufre la gente para llegar a mediados de mes y lo triste que es pedir y lo malo que es robar…”
Como ven, lo tiene muy claro.
“¿Y de dónde piensas conseguir la financiación para tu proyecto?”, pregunto no sé muy bien por qué…
“Ahí es donde entras tú”…
Automáticamente, se me pone cara de Bélmez y ni Iker Jiménez le encuentra explicación…