Ayer domingo, la policía empezó a trabajar desde bien temprano…
Concretamente, a las ocho y media de la madrugada llamaban a la puerta de la casa de mi cuñado y, ante un zombi en calzoncillos y las marcas de la almohada impresas en la cara, reclamaron su presencia en la mesa electoral que debía presidir a partir de las nueve.
“Ustedes no saben con quién están hablando”, amenazó a la pareja de policías que le informaba de que hacía medía hora que debería estar constituyendo la mesa en la que había sido designado presidente.
“Están ustedes perturbando mi concentración”, continuó. “Me indigna que, en el ejercicio de su responsabilidad, hayan dudado si quiera por un instante de mi asistencia a tan excelso acontecimiento”…
(No tengo palabras para describir la cara de los policías en ese momento)
“Vayan y notifiquen a los invitados que haré acto de presencia a las once cincuenta, diez minutos antes del mediodía. Pronunciaré mi discurso de investidura y, después, iremos todos a celebrarlo con unas cervezas y unos canapeses donde el alcalde haya dispuesto invitarnos”…
(Sigo sin tener palabras…, etc…)
La policía no se fue, claro, y, en justa correspondencia, notificó a mi cuñado que o se vestía decentemente y les acompañaba en el acto o, según mandaban las ordenanzas, se verían obligados a denunciarle y a llevárselo detenido.
Mi cuñado no entró en razón (antes entraría el camello por el ojo de la aguja) pero se vistió y acompañó a los policías no sin dejar de quejarse por lo intempestivo de la hora.
Y cuando llegó al colegio electoral y fue informado de cuál iba a ser su auténtico papel durante toda la jornada, empezó a pegar patadas a las mesas, las sillas, las urnas, los interventores y la monja que siempre sale en las fotos al día siguiente tratando de votar con una foto de Felipe González.
Acto seguido, gritó que no estaba por la labor de ser cómplice de aquella tontería y que se declaraba en huelga de hambre. Se fue al bar de enfrente y pidió una cerveza y tres bocadillos de panceta (es lo que él define como “huelga de hambre… atrasada”). La policía no fue capaz de meterlo en el furgón hasta que se acabó los tres bocatas…
Total, que, según la legislación vigente, a mí cuñado le caen 19 días de prisión y 1.200 euros de multa. ¡Qué grande es la Democracia! ¡Qué grande es la Justicia! Tengo 19 días para celebrarlo. ¡Y 500 noches!