El perro lazarillo
espera junto a su amo a que el semáforo se ponga en verde y poder cruzar. El
problema es que el semáforo es de esos que tienes que pulsar un botón para que
se active el mecanismo. Si no, la preferencia siempre es de los coches.
El perro lazarillo
sigue esperando. No así algunos impacientes peatones, que prefieren cruzar
corriendo y sorteando coches antes que pasar por el latoso trámite de pulsar el
botón y esperar. La tecnología, a veces, está reñida con la paciencia.
El perro lazarillo
observa a estos incívicos transeúntes pero desconoce el significado (y la
existencia propia) de la palabra “incívico”. Así que, tras un rato de más que
razonable espera, y contraviniendo a las órdenes aprendidas, tensa los
músculos, provoca un leve tirón en la correa que le une a su amo y se dispone a
cruzar…