Ayer llamó a la puerta de mi casa una pareja de
Testigos de Jehová. Amablemente les invité a pasar al salón, cosa que les
extrañó sobremanera.
—Lo normal es que nos cierren la puerta violentamente
—dijeron.
Lo que no sabían estos pobres infelices es que,
desde la primera vez que entró en casa mi cuñado, hasta si se tratara de Jack
el Destripador me alegro de que alguien que no sea él me visite…
No quisieron beber nada porque estaban de servicio
(igualito que mi cuñado, ya ves tú) y tampoco querían molestar. Tan sólo venían
para comunicarme que, según el ejemplar de la Biblia que me enseñaron y que me
intentaban vender, el final estaba más cerca de lo que pensábamos los mortales,
y que había que estar preparado para la reconversión del planeta en paraíso y
bla, bla bla…
Con mi gesto más serio y trascendental (ese que
sólo pongo cuando tengo que hacerme una fotografía para la renovación del
deneí), les interrumpí:
—Sé de qué me habláis, compañeros. Soy uno de los
vuestros.
Y les mostré unos cuantos ejemplares de mi libro de
microrrelatos “El final está cerca”.
Pusieron la misma cara que pone mi cuñado cuando
abre mi frigorífico y ve que he comprado cervezas… Cómo no sería la cosa que,
cinco minutos más tarde, nos despedíamos con un fraternal abrazo en el
descansillo de la escalera y la promesa de seguir en contacto. Yo me quedé con
mi reserva de cervezas intacta y ellos se llevaron, bajo el brazo, un par de
ejemplares de mi libro tras pagarlos religiosamente.
Si quieres saber en qué consiste eso de “El final
está cerca”, tú también puedes comprarlo por el módico precio de 16 euros
(gastos de envío incluidos). Sólo tienes que pedírmelo o, si lo prefieres, pinchar
aquí:
Y que la llegada del paraíso te pille confesado. O
no.