13 julio 2018

#BEERNES 77 – CONFESIÓN



Mi marido te roba libros, dice. Sabe que escribes para esa revista, que te los mandan por correo. Cada día procura llegar del trabajo un rato antes que tú, mira tu buzón y, si descubre un sobre grande, lo coge y se lo lleva a casa. Seguro que has echado en falta muchos en los últimos meses. La buena noticia es que, mientras lee, está entretenido.
Apaga el cigarrillo en el cenicero de la mesilla de noche, se incorpora y busca por el suelo su ropa interior.

5 comentarios:

d:D´ dijo...
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d:D´ dijo...

¿Apaga el pitillo en el cenicero y busca por el suelo la ropa interior?
Su marido no le roba libros a nadie, ella se los presta
Otra cosa es saber en qué habitación se encuentra
[Quién apaga un cigarrillo en la cama o es un empedernido o es final de otro asunto.
¿Quién tira su ropa al suelo de tal manera que luego la recoge?
Esto es como aquel que salió a por tabaco y cuando regresó a casa una semana más tarde y con el cuello y los brazos llenos de marcas dijo que lo habían secuestrado...]
Hay lecturas que resultan, según quién pronuncie las palabras, poco creíbles y para la esposa más todavía. Si, además, su marido no fumaba y era analfabeto

Epílogo verídico y además hiperincreíble:
Conocí a un tipo que era un gran lector. Amaba su trabajo y decía que era muy intelectual, comprometido (o entrometido, no recuerdo bien qué me explicó) y variopinto; de ahí que no se aburriese nunca. Divertido además pues según él cada semana elegía turno, con lo que unas estaba de mañana, otras de tarde y las que le tocaba de noche ──me explicaba── tenían el aliciente del romanticismo; contemplar las estrellas, el silencio, la poca circulación y ──como él decía── algo de nocturnidad y alevosía por su capacidad profesional. Se reía cuando me lo contaba pues se imaginaba tunante. También es cierto porque aquel modelo de coche laboral estaba hecho de retales de otros que la empresa fue desechando y para ahorrar costes, en ése, fue añadiendo piezas que estaban en buen estado.
Iba por todos los domicilios y conocía muchos vecindarios; a sus vecinas especialmente. Incluso las parroquias y conventos en los que la lectura estaba sólo al alcance del permiso que él tenía. Unos pocos. Con un libro bajo el brazo y un bolígrafo y un lápiz en el bolsillo de la camisa realizaba anotaciones y subrayaba lo más importante. Hojas tras hojas y capítulos aparte.
Era, además, empático, simpático y muy, muy afable. Ellos y ellas lo sabían bien, pues tan discreto y educado que cuando era necesario esperaba a qué llegaran para continuar el trabajo.
Su trabajo le costó cuando lo jubilaron en la compañía de hidrogás porque, según decían, los nuevos contadores digitales, las lecturas, ahora las realizaba un sistema domótico que transfería los datos directamente a un volcador analítico de consumo. Es decir, a un *VOC...
Como si vocalizar sea el futuro de las máquinas vamos apañados.

Tres meses después de jubilarse, falleció.

Una pena


Hablamos con calma
·Breludos·3, meu

[*O bloc...hummm, no sé, no sé]

Más claro, agua dijo...

Voy a sustituir el apartado "Comentarios" por "Microrrelatos alternativos" :-)

d:D´ dijo...
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d:D´ dijo...

Jajaja...
Es que (me) das pie...a ello
Y mientras miro por la ventana, entre labores y espacios, tecleo
jajaja
¿Alternativos, dices?
Ufff,la alternativa. Ufff...me *sé la Istoria de un Torrero que...


Aquel torero rural, de medio pelo que en realidad cuando no trabajaba en las corridas, se dedicaba a sus labores. Buen amo de casa; además era patronista. No muy alto, más bien bajo; pero elegante, ligero y delgado. Solía andar de puntillas, decía él mismo, porque era deformación de sus dos principales trabajos. Estaba claro, no cabía duda.
Así que ya te puedes imaginar cómo iba vestido. Su traje de corridas lucía distinto. Era diferente. Más que un traje de luces, parecía la bola de una discoteca de los setenta. Y cuando rodaba por la arena, se llenaba de lamparones. Un traje de luces y lamparones. Y no deslucía para nada pues con el roce (o reboce) de la arena, las lentejuelas se pulían y reflejaban los hechos. Una croqueta.

Cuando llegaba al ruedo, al que tras el principal daba el paseillo, él deslumbraba. Deslumbraba más al toro que al respetable; era cómico y el toro ──ya puedes imaginar── aquel toro cegado por el ímpetu silvestre y bravo se sometía a tanto movimiento.
Hora por aquí, hora por allá, ora qué ora y así rezaba el cornúpeta deseando acabar que hincaba las manos y que parecía suplicar…

El tipo, de nombre inFacundo, del barrio de Cabral, en Vigo...Por dónde se llega desde el alto de Puxeiros, viniendo desde O Porriño ──ciudad del arquitecto Palacios Ramilo, el del ayuntamiento de Madrid, por ejemplo── por la carretera vieja. Ya sabes, pasados los cuarteles de Barreiros y la antigua fábrica de porcelanas Santa Clara; nada más cruzar el puente sobre el río Lagares. Moreno de tez, de piel oscura como muchos de los nacidos allí. Igual que la de mi amigo autónomo y gran conductor de trailer de Boyaca, apodado El Gitano. Porque, a ver, quién no sabe que en esa región del país, tanto nacen muchos pelirrojos a porrillo como morenos ──a diestro y siniestro── con aspecto de actor de las películas de "El Zorro". Así, tal cual, era este gran torrero y patronista dedicado, también, a sus labores. Mi amigo, amo de su casa.
Qué gran hombre, qué buena persona. Qué grande era, sí.

Esto..., otro día te sigo contando. Tengo cosas qué hacer.

Lo dicho, hablamos con calma y de la editorial esa

·Breludos· 4 :)´


[*O me la invento.
Ves, ya se me está ocurriendo]