Los integrantes de la selección española de fútbol, por lo visto, son los únicos deportistas que celebran las victorias antes de jugar. Por si acaso… Y por experiencia… ¿Ustedes les han visto en el famoso video del Oé?. Parecen recién salidos de la consulta de Eufemiano Fuentes…
El resto de deportistas, al menos, espera a cosechar algún triunfo para hacer el ridículo públicamente… Vean, si no, a Fernando Alonso, que cada vez que gana una carrera sale del coche descoyuntado, descoordinado, moviendo brazos y cintura como si se hubiese olvidado la columna vertebral en la última curva. Y luego, el champán, que se lo tiran por encima de la cabeza y que, bien mezclado con el sudor, les debe dejar de tieso el mono como una armadura de la Edad Media. Esta celebración, no sé si lo notaron, tuvo una excepción la semana pasada en Mónaco. La versión oficial decía que era por respeto ante el reciente fallecimiento de no sé quién. Pero no. La verdad es que evitaron el champán porque en el podio se encontraba perfectamente situado y a la expectativa Ernesto de Hannover…
Otro que hace el ridículo con sus celebraciones es Rafael Nadal. Tiene la manía de morder el trofeo en cuanto se lo dan, como si no se fiase… El día que organicen un campeonato de tenis en Padrón, a ver si se atreve a hincarle el diente al premio… Luego da las gracias a todo el mundo en varios idiomas, como si fuese un componente de Lordi, y arroja al público la cinta del pelo sudada, la camiseta sudada y el empaste que se le ha caído al morder el trofeo.
Más comedidos para estas cosas de celebrar los triunfos son los ciclistas. Ahora que empieza el Tour, fíjense. Claro que, también, ¿qué puede hacer una persona vestida con unas mallas apretadas (y sudadas), el culo irritado después de tantas horas sobre el sillín de la bicicleta, un ramo de flores en una mano y un león de peluche en la otra? Pues mirar hacia derecha e izquierda, que es donde le colocan (también es mala leche) a dos azafatas monísimas, y echarse a llorar. A ver quién es el guapo que no se mete algo vía intravenosa cuando vuelve a la habitación del hotel.
Mientras todo esto sucede, el españolito de a pie, sabio donde los haya, ya se prepara para celebrar el triunfo en el Mundial de la selección brasileña y para esperar cabreado a la selección española en el aeropuerto al grito de “¡A por ellos, joé!, ¡A por ellos otra vez!”.
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