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Superado ya el esfuerzo de estar todos los días pendiente de la clasificación general, del maillot amarillo y del Alpedié (que parece el nombre de un remedio contra el olor de pies), nos queda tiempo de sobra para darle conversación y trabajo al mejor amigo que podamos echarnos en agosto: Gambrinus.
Gambrinus es como el Príncipe de Beukelaer, el de las galletas, después de veinte años de casado. Lo bueno que tiene es que siempre está ahí, sonriente, con cara de no enterarse de nada y con una cerveza en la mano. A veces es difícil distinguirlo en un chiringuito de playa, porque todo el mundo está igual.
Y es que por muy larga que sea la playa y por muy largo que sea el día de playa, siempre te encuentras a todo el mundo en el chiringuito. A todas horas. Más de uno ya ha solicitado que en el techo instalen maquinitas de esas de rayos UVA para ponerse morenos, que luego vuelven a la oficina y nadie les cree que han estado en la playa.
“Pero si tengo fotos…”
“El Photoshop hace milagros, tío”
El milagro auténtico es que hayas podido regresar con vida después de la ingestión alcohólica. Estoy convencido de que si pusiéramos una detrás de otra todas las jarras de cerveza que nos bebemos en agosto, más de uno seríamos capaces de dibujar, a escala real, el recorrido de la Vuelta Ciclista a España, con las siete vueltas al Paseo de la Castellana incluidas. Como decía al principio, es tiempo de bicicletas.
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