20 agosto 2006
Tiempo de perderse
No hay nada como planificar una excursión veraniega guiándose por la Guía Campsa de hace seis años. Las carreteras nacionales se han convertido en autovías y en nuestro mapa ya no aparecen las salidas correctas; muchas carreteras comarcales han desaparecido y donde antes había un área de descanso ahora te encuentras con un campo de olivos; y el pueblo calificado en la guía como de interés turístico es una reproducción a escala de las ruinas de Itálica. De esa forma te aseguras estar metido en tu coche todo el día intentando volver a tu chalet alquilado en la urbanización de lujo que, por otro lado, al ser de nueva construcción, tampoco aparece en la guía.
Otros que tienen una gran habilidad para perderse son los niños. Hace ya muchos años, me perdí en una playa atestada del Mediterráneo. Aquello era un bosque de sombrillas. Había más gente que en las manifestaciones de los obispos si tomas como referencia las estimaciones de asistencia del Partido Popular. Ante mis llantos, unos amables jubilados alemanes me llevaron a las instalaciones de la Cruz Roja y aquello parecía Disneyland París el día del espectador de la cantidad de niños que estábamos allí esperando a que nuestros padres nos echaran en falta. A mí concretamente me recogieron a los cuatro días, pero había otros niños que tenían ya su propia habitación reservada de un año para otro.
En el ranking de perdidos figuran también en los primeros puestos del escalafón los ancianos. Hay que ver la manía que tienen de despistarse en las gasolineras mientras el resto de la familia sale con dirección a la playa. Claro que, cuando llevan más de tres horas leyendo gratis las revistas de los stands y el responsable llama a la policía, declaran que han sido abandonados por sus respectivos yernos. Generalmente son trasladados a un Hogar de Ancianos, a un Centro de Jubilados o similar. Y una vez instalados, se sacan del interior de la chaqueta un taco de revistas pornográficas que han birlado en la gasolinera y piensan “esto sí que son vacaciones, y no andar cuidando de que los nietos no se pierdan en la playa mientras mi yerno y mi hija se emborrachan en el chiringuito”.
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