En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme (pero que si yo fuera Nathalie Seseña me cambiaría el apellido), un señor con cara de no saber dejar de comer sobaos pasiegos se ha puesto a imitar al ingenioso hidalgo y donde todos ven molinos de viento él ya se ha imaginado una urbanización gigante con trece mil viviendas.
“Cuando yo llegué a Seseña sólo había una persona con un burro”, declaró la semana pasada en rueda de prensa. Y lo nombró su escudero, seguro. Y junto a él ideó el proyecto de transformar aquellas tierras baratarias en un nuevo Marina D’or cambiando la imagen de Anne Igartiburu por la de sus padres en forma de mastodóntica escultura, que ya es tener valor y ganas de arremeter contra el cuarto mandamiento…
El Pocero de La Mancha, lejos de conformarse con un humilde rocinante, se está construyendo un yate tan grande que le van a caber dentro todos los propietarios de las trece mil viviendas el día de su inauguración. Y está tan seguro de que conseguirá llevar el agua hasta allí que en el proyecto final ya ha contemplado la construcción de un pantalán para su cayuco de luxe.
Como colofón de sus declaraciones a la prensa, el Pocero de La Mancha afirmó que este proyecto es el punto final a su carrera profesional, "una obra modelo de este país y un orgullo de todos los españoles". Tras visionar repetidas veces las imágenes en televisión, no consta que se hubiera despeinado en ningún momento al proferir semejante testamento laboral.
No obstante, si se le tuerce el asunto y no consigue las licencias oportunas, tiene su alternativa fin de fiesta: construir un pozo para enterrar a unos tres mil trabajadores, que ya no le servirán para nada. Qué mejor manera para reivindicar, por los siglos de los siglos, su apodo de Pocero, antes de que se vuelva rematadamente loco y la emprenda contra odres de vino de Valdepeñas.
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