Tengo una amiga, pongamos que se llama Rosa, que es
maestra en un colegio. Concretamente, se encarga de la “clase de integración”,
es decir, de la que sólo tiene alumnos problemáticos (entienda usted lo que
quiera por “problemático”, que el sistema educativo es muy retorcido).
El caso es que cada mañana, antes
de comenzar con las tareas diarias, abre mi libro Felicidades por tanto y les lee a sus alumnos la entrada
correspondiente del día.
Porgamos que hoy, 16 de septiembre, Rosa ha entrado
en el aula, ha dado los buenos días, ha abierto el libro y ha leído:
“16 de
septiembre: Hoy es el cumpleaños de David Copperfield y Camilo Sesto. Uno es
capaz de hacer desaparecer a todo el mundo a su alrededor. El otro es mago”.
Seguramente, los alumnos no saben quiénes son esos
dos personajes que aparecen en el texto. Rosa se lo explica. Incluso, quizás,
busca en el You Tube de su tablet algún video de Camilo Sesto para que lo
escuchen. Los alumnos, me cuenta, acaban pillando la gracia, se ríen y
comienzan el día con una actitud más positiva.
Escribir es, para el autor, crear una nueva versión
de la vida. Quiero pensar que gracias a lo que yo escribo y, sobre todo,
gracias a Rosa, estos alumnos podrán encontrar una versión de la vida en la que
se sientan integrados y a gusto.