Un equipo de astrónomos de doce países (¿en qué idioma hablarán?) acaba de descubrir en la Vía Láctea un planeta similar a la Tierra. De lo que se deduce, como primera impresión, que Dios no es Amor, como afirma el Papa (ver artículo anterior): Dios es masoquista. O, como mínimo, un ser inseguro, celestial pero inseguro, que hizo nuestro planeta como experimento piloto y que el definitivo fue el otro. Así que le dedicó solamente siete días... ¿Y para esto tuvo que descansar el último?...
El nuevo planeta, dicen los científicos, está en el centro de la Vía Láctea y a unos 20.000 millones de años luz del nuestro, que es lo que se tarda por término medio, en llegar al centro de cualquier ciudad de más de cien mil habitantes. También dicen que tiene una atmósfera similar a la nuestra aunque hace mucho más frío. Y aquí ya veo yo la primera contradicción. Si hace más frío, es casi imposible que los empleados salgan a la calle a fumar, por lo que la atmósfera debería estar menos contaminada que la nuestra, ¿no?.
Los científicos, por otro lado, apuntan a que hay pocas posibilidades de que haya vida debido a que la temperatura en la superficie ronda los 220 grados bajo cero. ¡220! ¿Cómo va a ver vida así?. Y si la hay, estarán todos encerrados en sus casas alrededor de la mesa camilla, algo imposible de detectar por un satélite, por muy americano que sea éste…
A pesar de ello, confían en que las nuevas y revolucionarias técnicas utilizadas les ayuden a descubrir nuevos planetas habitables. “Si abundan”, dicen, “el próximo paso será la búsqueda de vida en esos planetas”. Y si no la encuentran, digo yo, urbanizarlos, montar un Ikea, un Corte Inglés, un Vip’s y vender los apartamentos a precios astronómicos, nunca mejor dicho, si me permiten la inmodestia…
Al nuevo planeta sólo le deseo que no sea rico en petróleo porque, si no, los Estados Unidos van a ver en sus habitantes un curioso parecido a Bin Laden y les va a faltar tiempo para invadirlo. Por razones humanitarias, claro está.
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