En el interior de mi cabeza suena una voz que dice: “Próxima estación: Madrid – Puerta de Atocha. Fin de Trayecto”. Una de dos: o estoy en el tren o sufro un brote psicótico.
Abro los ojos, compruebo que llevo los auriculares del AVE puestos, descarto felizmente la segunda opción, me bajo del tren y veo ante mí un rebaño de no menos de cien taxis esperando pasajeros. Me pregunto qué pasaría si todos se pusieran de acuerdo en sintonizar a la vez Radio Olé y subir al máximo el volumen de sus transistores… ¿Serían capaces de provocar un tsunami en Indonesia? ¿Pensarían los japoneses que estaban oyendo voces en su interior como consecuencia de un brote psicótico?...
Le doy la dirección del hotel al taxista y compruebo aliviado que no tiene sintonizada Radio Olé. A la altura de María de Molina, me dice: “A estas horas siempre suele haber algo de tráfico por aquí, pero esto no es ni medio normal, se lo digo yo”. Lo gracioso del caso es que me lo dice en medio de un atasco descomunal y justo debajo de un enorme cartel luminoso que reza: “Hoy es el DÍA EUROPEO SIN COCHES”.
Once con cuarenta euros después, el taxi me deja en la puerta del hotel. La recepcionista, que es la persona que se esconde justo detrás de una enorme sonrisa, me recibe como si hubiera estado todo el día esperándome. Comprueba los datos de mi reserva y dice:
“Bienvenido, señor Cruz. ¿Viaje de negocios o de placer?”.
Si yo fuera Humphrey Bogart, seguramente le habría contestado: “De ti depende, muñeca”… Si yo fuera uno de los hermanos Lehman, habría dicho: “¿Hay alguna diferencia?”… Y si yo fuera mi tocayo Punset, es más que posible que hubiera empezado a decir: “Cualquier viaje es una invitación a explorar una nueva y apasionante experiencia de vida”…
Pero como no soy ninguno de ellos, lo primero que se me ocurrió fue: “Mi mujer, que me ha echado de casa”… Si la recepcionista estaba optando a batir el record mundial de sonrisa sostenida, iba a tener que empezar de nuevo.
De las catorce plantas de las que constaba el hotel, me dio una habitación en la primera. Creo que sospechaba que había venido a su hotel a suicidarme y no quería ser acusada de cómplice. La primera planta era de “no fumadores” pero, ni enseñándole el cartón de Ducados que llevaba en la maleta, accedió a cambiarme de habitación… Una profesional, lo que yo te diga…
Me llamaron mis amigos para decirme que me estaban esperando justo enfrente del hotel, en un bar extremeño, que no tenía pérdida… Cuando bajé, saludando de nuevo a la recepcionista, que seguía sin recuperar la sonrisa, comprobé que, efectivamente, el bar extremeño no tenía pérdida. En enormes letras luminosas de color amarillo se podía leer: “Bar extremeño ORO GRASO”… ¡Oro graso!… Ponte en lo peor y acertarás… Con ese estreno de la noche madrileña, comprenderás que tenga serias dificultades en recordar lo que hice hasta la hora del desayuno, momento éste en el que, mientras daba cumplida cuenta de unas porras con café, leía en la prensa que la Noche en Blanco de Madrid había contado con una masiva afluencia de público...
Abro los ojos, compruebo que llevo los auriculares del AVE puestos, descarto felizmente la segunda opción, me bajo del tren y veo ante mí un rebaño de no menos de cien taxis esperando pasajeros. Me pregunto qué pasaría si todos se pusieran de acuerdo en sintonizar a la vez Radio Olé y subir al máximo el volumen de sus transistores… ¿Serían capaces de provocar un tsunami en Indonesia? ¿Pensarían los japoneses que estaban oyendo voces en su interior como consecuencia de un brote psicótico?...
Le doy la dirección del hotel al taxista y compruebo aliviado que no tiene sintonizada Radio Olé. A la altura de María de Molina, me dice: “A estas horas siempre suele haber algo de tráfico por aquí, pero esto no es ni medio normal, se lo digo yo”. Lo gracioso del caso es que me lo dice en medio de un atasco descomunal y justo debajo de un enorme cartel luminoso que reza: “Hoy es el DÍA EUROPEO SIN COCHES”.
Once con cuarenta euros después, el taxi me deja en la puerta del hotel. La recepcionista, que es la persona que se esconde justo detrás de una enorme sonrisa, me recibe como si hubiera estado todo el día esperándome. Comprueba los datos de mi reserva y dice:
“Bienvenido, señor Cruz. ¿Viaje de negocios o de placer?”.
Si yo fuera Humphrey Bogart, seguramente le habría contestado: “De ti depende, muñeca”… Si yo fuera uno de los hermanos Lehman, habría dicho: “¿Hay alguna diferencia?”… Y si yo fuera mi tocayo Punset, es más que posible que hubiera empezado a decir: “Cualquier viaje es una invitación a explorar una nueva y apasionante experiencia de vida”…
Pero como no soy ninguno de ellos, lo primero que se me ocurrió fue: “Mi mujer, que me ha echado de casa”… Si la recepcionista estaba optando a batir el record mundial de sonrisa sostenida, iba a tener que empezar de nuevo.
De las catorce plantas de las que constaba el hotel, me dio una habitación en la primera. Creo que sospechaba que había venido a su hotel a suicidarme y no quería ser acusada de cómplice. La primera planta era de “no fumadores” pero, ni enseñándole el cartón de Ducados que llevaba en la maleta, accedió a cambiarme de habitación… Una profesional, lo que yo te diga…
Me llamaron mis amigos para decirme que me estaban esperando justo enfrente del hotel, en un bar extremeño, que no tenía pérdida… Cuando bajé, saludando de nuevo a la recepcionista, que seguía sin recuperar la sonrisa, comprobé que, efectivamente, el bar extremeño no tenía pérdida. En enormes letras luminosas de color amarillo se podía leer: “Bar extremeño ORO GRASO”… ¡Oro graso!… Ponte en lo peor y acertarás… Con ese estreno de la noche madrileña, comprenderás que tenga serias dificultades en recordar lo que hice hasta la hora del desayuno, momento éste en el que, mientras daba cumplida cuenta de unas porras con café, leía en la prensa que la Noche en Blanco de Madrid había contado con una masiva afluencia de público...
13 comentarios:
Si todos sintonizaran Radio Olé provocarían el tsunami fijo, pero si sintonizaran Es Radio el cinturón de asteroides caería como el granizo de una gota fría sobre todos nosotros :)
Besines.
Ana, no me lo quiero ni imaginar!!! :-)
¿Pero es que las noches de Madrid pueden ser de otro color?
Cabe pensar que puedan ser de otro color?
:-)
Food, poder, pueden, pero no son igual de divertidas... ;-)
Joder, tío, como siempre, qué desborde de imaginación. Me descojonaba con las respuestas posibles a la recepcionista, sobre todo la de tipo Punset, pero fue sin duda mejor la final.
Por lo demás, qué pasa con el tráfico de Madrid. Tenías tú que ver cómo es en el Día Mundial Con Coches
Miguel, lo mismo ese día la gente se desplaza en monopatín o tabla de surf... Madrid está lleno de cachondos mentales con ganas de llevar la contraria... :-)
Y no tienes complejo de culpa de haber roto el intento de batir el record por parte de la recepcionista?
No tienes corazón.
Tengo yo por ahí una foto de Conil, de un bar que se llamaba de modo parecido... a ver si la encuentro.
Que lejos te has ido... a las Ejpañas
Ay, Landa! El bar "La Grasa" de Conil. Otro monumento al buen gusto con sus sillitas de colores en la acera a veinte centímetros de los coches. Creo que el bar ya estaba allí cuando empezaron a construir el pueblo... ;-)
¿Lejos las Ejpañas? Pues anda que tú con los Parises... :-D
"La Grasa"... era ese, "La Grasa". Cerca de allí iba yo a una freiduría... que era una pasada. A "La Grasa" no me atreví a entrar.
Las Ejpañas están para mi más lejos que los Paríses...
:)
Cada vez escribes mejor. Enhorabuena. Un beso.
Landa, muchos no entran en La Grasa pensando que es un taller de coches... ;-)
M. Dolores, muchas gracias, pero el mérito es del corrector del Word, que es el que me hace los chistes... ;-)
Personalmente las veces que fui a Madrid las noches las pasé completamente en blanco, hasta bien salido el sol lo de dormir va a ser que no xD
Saludos
Pharpe, es normal, no vamos a perder el tiempo durmiendo, ¿no?, con la cantidad de cosas que se pueden ver... :-)
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