Cuando descolgué aquella antigualla, no daba señal
de tono sino de NO-DO. Marqué el número 700, el que se suponía que era el
“Solutions Center”, y una voz de ultratumba contestó al otro lado de la línea:
“El número al que llama está apagado o fuera de cobertura”.
Bajé a recepción. Pedí el libro de reclamaciones.
El recepcionista, a quien me pareció haber visto antes en una película haciendo
de cochero del conde Drácula, me miró fijamente y me dijo: “Libro… Qué
antigüedad… Aquí tenemos e-book…”
Necesitaba una copa. Me fui al bar del hotel. Un
negro tocaba un piano blanco. En la barra, justo a mi lado, había un teléfono
idéntico al de mi habitación. Incluso tenía la misma pegatina. De repente,
sonó. El camarero, sin mudar el gesto, me dijo: “Descuelgue. Es para usted…”
Descolgué. La misma voz de ultratumba de antes
dijo: “Cuando atrasamos la cosecha, los frutos se pudren, pero cuando atrasamos
los problemas, no paran de crecer”.
Miré al camarero con cara de absoluta incredulidad.
Agachando la cabeza y apesadumbrado, susurró: “Sí, es Paulo Coelho. No debió
usted marcar ese número. Ahora, le perseguirá de por vida…”