Ayer adelantamos la hora. Casi todos, porque alguno que otro, con la excusa, ha llegado una hora tarde a trabajar… Yo lo entiendo, hombre, que es que si usted habitualmente se levanta a las siete de la mañana, hoy era como si fuesen las seis, justo la hora en que su hijo vuelve a casa. Seguro que han coincidido por el pasillo…
La mayoría piensa, erróneamente, que nos han quitado una hora de sueño. Pero no, porque ¿quién es tan masoca de ponerse el despertador un domingo?. Vale, sí, los curas para la misa de diez, pero fuera de ahí… Yo he dormido todo lo que he querido y, cuando me he despertado, he cambiado la hora. Lo que me han quitado es la hora del vermú….
Y claro, a las dos de la tarde ya eran las tres, la hora de la paella. Y tu cuñado diciendo “pues yo, con esto del cambio de hora, como que no tengo hambre todavía”. Pero luego tenías que verle rascando con la cuchara el socarrat: con un ansia que parecía que estaba haciendo un túnel para fugarse de la cárcel…
Y mucho lío con el cambio de hora, que si son las dos, no, la una, pero la una de antes, como en Canarias, pero, oye, nadie ha llegado tarde al fútbol. A las cinco, todo el mundo como un clavo en su asiento encendiendo el puro. La liga y el puro: somos animales de costumbres… O un anuncio de promoción de Sara Montiel cuando actuaba en los cabarets, allá por Atapuerca, hora más, hora menos…
En esas estábamos cuando nuestro equipo ganaba uno a cero, pero el contrario se acercaba peligrosamente al área repetidas veces, a punto de empatarnos, y el reloj que no avanzaba… Y todo el Fondo Sur gritando “¡Árbitro, la hora, la hora!”. Y el árbitro “¡joé que sí, que ya la he adelantado esta mañana, leches, vamos a estar a lo que estamos, que tengo que pitar el final!”.
Entre una cosa y otra, a las diez de la noche, las nueve de antes, ya estábamos roncando en el sofá delante de la televisión, como un domingo cualquiera. Y es que, al final, esto de adelantar la hora no es tan grave. Es mucho peor en octubre, cuando tenemos que atrasarla. Ahí sí que lo notamos más y hasta los relojes se quedan aplatanados, como los de Dalí. Y es que a nadie nos gusta hacer horas extra…
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