Dicen del que tiene mala suerte que si pone un circo le crecen los enanos. En España pusimos una república y el enano se nos creció provocando, naturalmente, un alzamiento.
El enano, suponemos que para contrarrestar su complejo de altura, se hacía llamar Generalísimo. Según el Diccionario de la RAE, que junto con las páginas amarillas es el único libro que nunca contará con su adaptación al cine, “General” es un adjetivo que significa “común, frecuente, usual”. Generalísimo, por tanto, sería el más común, el más frecuente, el más usual del mundo. Como para echarse a temblar si el personaje éste fuera lo más frecuente del mundo…
Para la generación de la televisión en color, el Comunísimo hizo una cosa bien: morirse en día laborable. Así conseguimos por la patilla tres días sin colegio.
Para la generación del tinto peleón con casera, el Enanísimo hizo una cosa bien: morirse, directamente. Así pudieron probar el champán sin preocuparse de lo que supondría el gasto en su maltrecha economía doméstica.
Para la generación de la imprenta clandestina, el Frecuentísimo hizo una cosa bien: dejar vivita y coleando a toda una caterva de herederos de su misma calaña. Así no tuvieron que jubilar precipitadamente sus rudimentarias rotativas.
Y para la generación de la PlayStation, el Usualísimo hizo una cosa mal: dejarse un bigotillo similar al de Hitler, al de Chaplin y al de José María Aznar. Así no había manera de distinguir a un dictador de un hombre que provocaba la risa en cualquiera de sus apariciones públicas. Es lo que tiene el actual sistema educativo… O no.
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