“¿Nombre?”:
“Impuesto”
“Vale, ya sabemos que a todos nos imponen el nombre, pero ¿cuál es el suyo?”
“Impuesto, me llamo Impuesto”
“Vaya… ¿Y sus apellidos?”
“Valor Añadido… ¿Por qué se ríe?”
“Cosas mías… ¿Edad?”
“Nací en 1986… Veintitrés, ¿no?”
“¿Lugar de nacimiento?”
“El seno de la Unión Europea”
“El seno... ¿izquierdo o derecho?”
“Me refiero a la Comisión Europea…”
“Usted sabrá… Adelante con su declaración”
Impuesto mira fijamente al funcionario y sus ojos empiezan a inundarse de lágrimas. La barbilla se le mueve compulsivamente y le cuesta articular las palabras.
“Quiero… Quiero declarar que yo no tengo la culpa”. Y rompe a llorar amargamente.
El funcionario, que nunca se ha visto en una igual y que maldice la hora en que no pidió la baja para recuperarse en condiciones del padrastro de su pulgar derecho, le tiende un pañuelo de papel.
“Venga, hombre, tranquilícese… ¿De qué dice usted que no tiene la culpa?...”
“No tengo la culpa de que me hayan ascendido de categoría… Si yo estaba muy a gusto con un 16%… Si yo no tenía ningún interés en hacerme con un 18… Si yo sería el más feliz del mundo si pudiera quedarme sólo en ese 4% cubriendo mis necesidades de primer orden… Desde que se hizo público mi ascenso, estoy como la saliva, en boca de todo el mundo...”
“¿IVA? ¿Saliva?... Será que son familia, ¿no?...”
“Tan familia como usted y su puñetero padre, no te j…”
“Bueno, bueno, qué carácter… Ni una broma se puede soltar ya…”
“Es que es muy grave, oiga, que aquí nadie habla de la especulación, del whisky de garrafón o de las cajas B… No, la culpa de la ruina de todo el mundo la tiene el IVA, o sea, yo”
“¿Y qué propone?”
“Sólo pido que me dejen en paz, que me respeten… Tenga en cuenta que yo soy las tres cuartas partes de una diva… Eso merece un respeto, ¿no cree?...”
“Desengáñese… Por las noches, yo me convierto en diva entera y aquí me tiene, toda mi vida de jefe de servicio y sin un maldito ascenso…”
“País…”
“Pues eso…”
“Impuesto”
“Vale, ya sabemos que a todos nos imponen el nombre, pero ¿cuál es el suyo?”
“Impuesto, me llamo Impuesto”
“Vaya… ¿Y sus apellidos?”
“Valor Añadido… ¿Por qué se ríe?”
“Cosas mías… ¿Edad?”
“Nací en 1986… Veintitrés, ¿no?”
“¿Lugar de nacimiento?”
“El seno de la Unión Europea”
“El seno... ¿izquierdo o derecho?”
“Me refiero a la Comisión Europea…”
“Usted sabrá… Adelante con su declaración”
Impuesto mira fijamente al funcionario y sus ojos empiezan a inundarse de lágrimas. La barbilla se le mueve compulsivamente y le cuesta articular las palabras.
“Quiero… Quiero declarar que yo no tengo la culpa”. Y rompe a llorar amargamente.
El funcionario, que nunca se ha visto en una igual y que maldice la hora en que no pidió la baja para recuperarse en condiciones del padrastro de su pulgar derecho, le tiende un pañuelo de papel.
“Venga, hombre, tranquilícese… ¿De qué dice usted que no tiene la culpa?...”
“No tengo la culpa de que me hayan ascendido de categoría… Si yo estaba muy a gusto con un 16%… Si yo no tenía ningún interés en hacerme con un 18… Si yo sería el más feliz del mundo si pudiera quedarme sólo en ese 4% cubriendo mis necesidades de primer orden… Desde que se hizo público mi ascenso, estoy como la saliva, en boca de todo el mundo...”
“¿IVA? ¿Saliva?... Será que son familia, ¿no?...”
“Tan familia como usted y su puñetero padre, no te j…”
“Bueno, bueno, qué carácter… Ni una broma se puede soltar ya…”
“Es que es muy grave, oiga, que aquí nadie habla de la especulación, del whisky de garrafón o de las cajas B… No, la culpa de la ruina de todo el mundo la tiene el IVA, o sea, yo”
“¿Y qué propone?”
“Sólo pido que me dejen en paz, que me respeten… Tenga en cuenta que yo soy las tres cuartas partes de una diva… Eso merece un respeto, ¿no cree?...”
“Desengáñese… Por las noches, yo me convierto en diva entera y aquí me tiene, toda mi vida de jefe de servicio y sin un maldito ascenso…”
“País…”
“Pues eso…”