
Avanzando por los intrincados caminos de la Historia, dieron en toparse con un extenso campo de aerogeneradores. El hidalgo Don Fidel, a lomos de su brioso hermano Carlos y dirigiéndose a su fiel escudero, exclamó: “Mira, amigo Hugo, un ejército de gigantes enviados por el imperialismo yanqui”. Éste, lejos de sacar del error a su señor, le arengó al grito de “¡sucio capitalista el último!” con el resultado que ya se pueden ustedes imaginar.
Mientras tanto, en la ínsula de Cubarataria, la bella Dulcinea hacía las maletas para venirse a España a casarse con un manchego de cuyo nombre no tenía la más mínima intención de acordarse.
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