6:49 h.: Hace mucho frío y no me
han dejado ponerme ni siquiera un chal por encima del vestido. Camino descalza
hacia la plaza escoltada por dos agentes. La gente se aparta a nuestro paso.
6:49 h.: La plaza está llena de
gente. Gritan consignas, pero no entiendo su idioma. Es como si todos fueran
extranjeros. Los agentes se abren paso entre la multitud, me protegen de
algunos que quieren golpearme. No entiendo por qué. Poco a poco, nos vamos
acercando al centro de la plaza.
6:49 h.: Me obligan a subir por
unas escaleras de madera. Arriba me espera mi verdugo. A mi espalda, sube también
un cura que me pregunta si quiero confesarme. Le digo que no, que me deje en
paz. El verdugo me sonríe, me recuerda a alguien pero no sé a quién. Me toma
del brazo y me acerca hasta la guillotina.
6:49 h.: Un hombre enchaquetado y
con una banda de tela brillante que le cruza el cuerpo desde el hombro hasta la
cintura saca unos papeles del bolsillo y se dispone a leerlos. También habla un
idioma extranjero.
6:49 h.: Tras cinco minutos de
discurso, calla, levanta los brazos y el gentío lo aclama. El verdugo me indica
que me arrodille y que coloque la cabeza entre las dos maderas. Las ajusta,
cierra el candado y pide permiso con la mirada al hombre enchaquetado. Cuando éste
asiente, acciona el mecanismo y la cuchilla cae sobre mi cuello.
6:50 h.: Me
despierto con el brazo desnudo de mi novio sobre mi cuello. Recuerdo que dentro
de hora y media tengo una entrevista de trabajo. Y no quiero ir.